Desde el año 45 antes de Cristo, se estableció el 25 de diciembre como el solsticio de invierno, y cuando el Papa Gregorio 13 en el año 1582 cambió el calendario con lo que el solsticio de invierno (en el hemisferio norte) llegaba alrededor del día 21 de diciembre. Anualmente, en el calendario gregoriano el solsticio fluctúa ligeramente, pero a largo plazo, solo alrededor de un día cada 3000 años.
Festividad de San
Juan.
La Noche de San Juan es una festividad muy antigua de Europa en la que se celebra la llegada del solsticio de verano en el hemisferio norte, que fue llevada al continente americano por españoles y portugueses en la época de colonización.
En la mayor parte de América del Sur este día está cerca del solsticio de invierno y las tradiciones europeas se conservan, pero no se asocian con la llegada del verano.
Por otra parte, la fiesta de San Juan contiene elementos de las culturas indígenas como la aimara y la mapuche, que celebran su año nuevo en la misma fecha.
Las interpretaciones que las diversas culturas dan al solsticio son variadas.
El calendario en
Irlanda
Para los países celtas, como Irlanda, genéricamente la temporada de invierno comienza el 1 de noviembre, el día de Samhain. Termina el invierno y la primavera comienza en el Imbolc o la Candelaria, que es 1 de febrero y 2 de febrero.
Este sistema de calendario de estaciones se basa en la duración de días exclusivamente.
Asia y la energía
solar
La mayor parte de Asia oriental las culturas definen las estaciones en términos de energía solar, con Dong Zhi en el solsticio de invierno como el medio o invierno «extremo». Este sistema se basa en la altura aparente del Sol sobre el horizonte al mediodía
Algunos festivales de pleno invierno se han producido de acuerdo con los calendarios lunares y así tiene lugar la noche del Hōku (‘la luna llena más cercana al solsticio de invierno en idioma hawaiano).
Y para muchos países europeos el pleno invierno e centro de las celebraciones de la noche del 24 de diciembre como festejo del mediodía del 25 de diciembre(en el hemisferio norte), que fue considerado como el solsticio de invierno desde la creación del calendario juliano.
Talmud judío
En el Talmud judío, Teḳufat Tevet, es la estación del solsticio de invierno, se registra como el primer día del “paso de tiempo” o la temporada de invierno. La cultura farsi también lo reconoce como el comienzo del invierno.
Plano actual de
Stonehenge.
Los eventos astronómicos controlados en la antigüedad como el apareamiento de los animales, la siembra de los cultivos y la medición de las reservas entre las cosechas de invierno, muestran cómo surgieron las diferentes mitologías y las tradiciones culturales.
Los sitios arqueológicos del Neolítico y la Edad de Bronce, como los sitios arqueológicos de Stonehenge (en Gran Bretaña) y Nueva Grange (en Irlanda). Los principales ejes de ambos monumentos parecen fueron alineados sobre una línea que apunta a la salida del sol del solsticio de invierno (Nueva Grange) y la puesta del sol del solsticio de invierno (Stonehenge).
El solsticio de invierno fue inmensamente importante, porque las comunidades iban a ser privadas de muchas cosas durante el invierno, y tenían que estar preparados en los últimos nueve meses.
El hambre era común en invierno, entre enero y abril, también conocida como “meses de la hambruna”.
En los climas templados, el festival de pleno invierno fue la última fiesta de celebración, antes del comienzo del invierno. La mayoría de los animales eran sacrificados para no tener que alimentarlos durante el invierno, por lo que prácticamente era el único momento del año para el suministro de carne fresca disponible. La mayoría del vino y la cerveza estaba lista para beber en este momento.
Simbolismo
Dado que el evento es visto como el cambio de la presencia solar en el cielo, los conceptos de nacimiento o el renacimiento de los dioses solares han sido comunes y, el uso de calendarios cíclicos por las distintas culturas basados en el solsticio de invierno, se ha celebrado el renacimiento del año en lo que se refiere a la vida-muerte-renacimiento de las deidades o nuevos comienzos como la fiesta escocesa de Hogmanay, una tradición de Año Nuevo de limpieza.
Muchas de las tradiciones suelen ser adoptados de vecinos o por invasión de culturas.
Incluso en las culturas modernas estas reuniones son aún apreciadas porque representan algo que esperamos en el momento más oscuro del año. Este es en especial el caso para las poblaciones en las cercanías de las regiones polares del hemisferio.
Los efectos de depresión psicológica del invierno en los individuos y las sociedades están en su mayoría vinculados a frío, cansancio, malestar, y la inactividad.
Además, la falta de luz solar en los cortos días del invierno aumenta la secreción de melatonina en el cuerpo, empujando el ritmo de sueño a uno más largo.
Ejercicio y terapia de luz pueden revitalizar el cuerpo de su calma temporada de invierno y aliviar la modorra por la disminución de la secreción de melatonina, el aumento de la serotonina y la creación de un patrón de sueño temporal.
Los Festivales y celebraciones de mitad de invierno que ocurren en la noche más larga del año, a menudo e pide floración perenne, brillante iluminación, se realizan grandes fuegos artificiales, fiestas, la comunión con el prójimo, y por la noche, un esfuerzo físico por el baile y el canto son ejemplos de terapias culturales de invierno que han evolucionado como tradiciones desde el comienzo de la civilización.
Estas tradiciones pueden agitar el conocimiento, evitar el malestar, reiniciar el reloj interno y reavivar el espíritu humano.
Puesto que la cantidad de pueblos en el hemisferio sur es menor que en otros continentes es también menor la cantidad de cultura.
Inti Raimi.
Inti Raymi, Inca, Perú, Bolivia y Ecuador.
El Inti Raymi (o Fiesta del Sol) es una ceremonia religiosa del Imperio inca en honor del dios sol Inti.
También marcó el solsticio de invierno y un nuevo año en los Andes del hemisferio sur.
Una ceremonia realizada por los sacerdotes incas fue la vinculación del sol.
En Machu Picchu, aún hay un gran columna de piedra llamada inti huatana, que significa ‘picota del Sol’ o, literalmente, ‘para atar al Sol’
La ceremonia para atar al sol a la piedra era impedir que el sol se escape.
Los conquistadores españoles destruyeron todos los demás inti huatana, extinguiendo prácticamente la práctica de vinculación del sol. Pero nunca pudieron encontrar Machu Picchu. Hacia 1572, la Iglesia Católica logró suprimir todas las fiestas y ceremonias Inti. Desde 1944 una representación teatral del Inti Raymi se lleva a cabo en Sacsayhuamán (a dos kilómetros de Cusco) el 24 de junio de cada año, atrayendo a miles de visitantes locales y turistas.
La cultura Monte Alto puede tener también una tradición similar.
Huaca de Chena y
Inti Raymi
La puesta del sol del solsticio de invierno ocurre en un punto clave desde el ushnu de la Huaca de Chena: la intersección del horizonte más cercano (Cerro Chena) y del más lejano (cordillera de la Costa).
Además, en esta dirección precisa se encuentra la cumbre del cerro más alto (1.166 m) que culmina al sur de la cuesta Zapata.
Este detalle podría un requisito topográfico importante, debido a la asociación conocida de los cerros altos con el culto al agua en varias culturas.
Lecturas
La cotidiana aventura de criar a los hijos
Mi vida como padre
16 de junio de 2012
Por Alejandro Rozitchner | Para LA NACION
Me siento padre, más que hijo. Será porque ya tengo mis años y porque mi vida actual está inundada de nenes a los que quiero como no sabía que se podía querer. Será porque ya no tengo padre, porque León murió en septiembre pasado. Será porque no comparto esa necesidad de idolatría de los predecesores que tanto abunda, el culto a los padres y a los abuelos, porque la siento inadecuada, limitante.
No creo en el amor como respeto, idolatría o exageración de virtudes, me parece poco amor el que necesita idealizar.
Siento que la cosa es al revés, que el amor tiene que ver con la realidad, y que uno quiere cuando ve al otro como es, cuando lo siente dotado de esa forma imperfecta de ser que todos tenemos de alguna manera particular y lo quiere igual.
Lo que sí: entre padres e hijos se trata de amor. Cuando las cosas salen bien.
No se trata de ejemplo ni de respeto ni de buenas intenciones.
Es un asunto de calidez, cariño, presencia y disfrute de experiencias compartidas. De cercanía real, no esquivada.
Tiempo, tiempo pasado en común y elaborado como sentido para nuevas experiencias. No creo en un amor fuerte que no sepa abrirse paso en el mundo cotidiano. Eso es imposibilidad, indiferencia, desencuentro, aunque se sufra mucho. Entre padres e hijos, como entre hombres y mujeres, el sufrimiento no es prueba de amor. Es prueba de sufrimiento. Y no tiene ningún mérito, además.
Veo a mis tres nenes, varones, armar el despelote natural que arman los nenes sanos y queridos y no puedo creer que llegué a ser el conductor de tanta vida. No digo conductor como líder, que lo soy como me sale; digo conductor como si estuviera hablando de electricidad. No puedo creer que tanta vida pase por mí. Que el tiempo me haya traído a este maremoto de pasión, a esta iluminación encantadora.
La primera vez que tuve relaciones sexuales sentí que a partir de ese momento entendía más todo. Miraba a la gente en el colectivo y pensaba "ah, es así la cosa", como si hubiera encontrado una clave. Lo mismo, tal vez más profundamente, me pasó desde que soy padre. Entiendo mejor a la humanidad, a la civilización. Cuando uno emite semejante pseudópodo de afecto capta mejor los lazos invisibles que nos conectan. Es como haber penetrado un poco más en el sentido fundamental de la existencia.
Es un magnetismo generador, ese amor, es sopresa de ver tanto, de sentir tanto, de mirarlo todo de nuevo con ojos crecidos. Es encontrarse en situación de cuidador, de transmisor de mundo, tener mucho a cargo y tener miedo de no dar la talla y al mismo tiempo sentir que esa pieza faltante, ahora hallada, hace que toda la vida propia encuentre su lugar.
Tener hijos es pasarse en limpio, entender por fin de qué va la cosa esta de la vida. Para qué sirve uno. Tener hijos es lo más importante que vamos a hacer en nuestra vida, y se lo diría también a Freud, a Woody Allen o a George Harrison, que han hecho cosas que para mí son realmente importantes. Y me sorprendo a mí mismo sintiéndolo cuando durante mis largas tres primeras décadas carecí completamente del deseo de ser padre. No lo entendía. No me parecía que eso de tener hijos fuera tan relevante como se decía. Incluso sentía (tal vez inspirado por las dificultades de mi historia) que la familia era un formato burgués de acomodamiento, la pérdida de una crudeza de la vida, de una libertad, sin la que nada tenía sentido. Al vivirlo, finalmente, ayudado por mi mujer (las mujeres hacen que los hombres maduremos), entendí que la familia, engendrada por el deseo y el amor de dos que se juegan a ser padres es la droga más poderosa que pueda ingerirse, el lisergismo transmutador más arriesgado e intenso. ¿Burguesa, la familia? ¿Acomodados, los padres? No he conocido despelote más apasionado y mayor experiencia de amor libre y trastornador, no creo que haya situación que más haga crecer y entender y poder a quién se meta en ella.
Tal vez, el problema no era tanto el de hacer una familia, sino que en su formato tradicionalista, más atento al deber que al querer, la familia deja de ser una aventura de desarrollo para ser una militancia en la decencia, una domesticación del querer. Pero eso pasa si uno se casa para cumplir, porque si uno se casa por deseo, por interés en el otro, por amor, por ganas de ver qué pasa con tanto, el resultado no es domesticador sino revolucionario.
El cuerpo de los hijos es carne sagrada, y eso que soy tan ateo como se puede ser, porque mi papá y mi mamá lo eran también y yo crecí en un mundo sin dios. Lo cual no quiere decir en lo más mínimo mundo abandonado o carente de sentido sino todo lo contrario: mundo rico en sí mismo, excitante, posible, raro, inmenso, inabarcable, sensacional, desafiante, indomable, sin protección ni garantías. Si algo se acerca en mi vida a lo que otros encuentran en sus sentimientos por dios es lo que siento por mis hijos. Creo que dios son los hijos. Los Beatles, Bach, Beethoven, Brahms y los hijos.
Creo también que las generaciones tienen un compromiso evolutivo. Que así como mi papá y mi mamá (lo siento, pero no se puede hablar del padre, por más que sea su día, sin hablar un poco de las madres) pudieron más conmigo de lo que sus propios padres pudieron con ellos, yo estoy pudiendo también más con los míos de lo que ellos pudieron conmigo. Ese debe ser nuestro objetivo, nuestro aporte social, nuestro granito de arena sumado a la historia.
El buen amor es el que busca eso, o el que lo logra, mejor dicho, porque amor sin logro es amor declamado pero no real. Lo dije pero lo digo de nuevo, porque lo creo esencial: no vale decir "los quiero tanto que me muero por ellos" y después irse a practicar tenis encarnizadamente cuando sería el momento de estar. Amor es presencia, no impostura de emoción que no sabe abrirse camino. Amor es cuidado, detalles esmerados, atención. Amor es disfrute sensual de estar juntos y mirar el mundo en paralelo mientras nos sea posible.
En paralelo. Porque los padres tenemos un mundo, y lo transmitimos, pero los hijos tienen también una cultura propia, la de su época, y nos traen la oportunidad de conectarnos con una realidad que de otro modo se nos escaparía. Los hijos aprenden de los padres, claro está, pero si la cosa funciona los padres aprenden también de los hijos. Aprendemos a mirar lo que en ellos aparece de manera intuitiva e inexplicable, por una ósmosis incomprensible entre sus sensibilidades y el rumbo del mundo. Transmisores de futuro son y, en vez de abordar su mundo con la actitud de "antes las cosas eran mejores", tenemos que ser capaces de aceptar esa evolución que todavía no toma del todo forma pero que está destinada a ir más allá de lo que conocemos y sentimos como propio. Los hijos son astronautas a nivel del mar, investigadores de sentidos que no sabemos ver con claridad y que ellos arman sin darse cuenta y sin entenderlos tampoco.
Emerge un mundo en nuestros nenes y nuestras nenas, y abordar críticamente esa aparición, como si nos hubiera tocado ser el logro más alto de la humanidad, es una ridiculez de la que tenemos que curarnos. Los chicos son la evolución natural, la ovulación hecha persona por el aportecito del padre, por ese cohete seminal que atraviesa todos los obstáculos de una invitación femenina complicada y genial para llegar finalmente a ser alguien. Los nenes son personas en proceso de estallido, creciendo a velocidad de la luz. Personas futuras, viendo hoy un mundo que cuando hayan crecido será sólo un recuerdo.
Los hijos son la respuesta que los humanos podemos dar al problema de la muerte. No es que la muerte vaya a aterrarnos menos, pero en algo se atenúa su angustiosa progresión cuando sentimos que en el planeta, más allá de nuestra desaparición personal, quedan esos cuerpos tan amados. Queremos que la cosa siga aunque no estemos nosotros, porque queremos demasiado a esos nuevos que nos usaron como rampa de lanzamiento. No hay nada mejor para un padre que ser usado. No es un deshonor, es una gracia, es un destino salvador y extraordinario.
Un artículo de Eduardo
Galeano
Para mayores de 40
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo sig0uiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.
¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Todo guardábamos!
¡Las cosas que usábamos!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí Eduardo Galeano
Si tenés ropa usada no
la tires,
donala al Taller
Solidario Sembrando
para todos de Los
Cardales.
Muchísimas son las carencias que
tiene la gente necesitada.
Carencias que no llegan a cubrirse
ni con las ayudas que
generosamente les hacen
familiares, amigos y personas
comprometidas.
Y allí es donde actúa este grupo
“Sembrando para todos”, que es un
Taller de mujeres entusiastas que
repara la ropa usada, la lava, la
acondiciona, la entrega a distintas
instituciones y recibe sonrisas.
Es por eso este taller pide la
colaboración de todos para
conseguir algunas cosas que aquí
detallamos:
Ropa de abrigo y de cama,
frazadas, almohadas, almohadones,
toallas, zapatos, medias, juguetes,
sacos de hombre y mujer, ropa para
bebés, zapatillas, camisas,
pantalones…
Muchos son los que no tienen
familias y están solos. Por eso
necesitamos de tu sencilla
donación, para que nos ayudes con
nuestra hermosa tarea.
Urcelay 125 – Los Cardales
Lunes y viernes
de 15 a 18 horas